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BOMBETAS DE DOLOR

Una irresponsable tradición.

BOMBETAS DE DOLOR

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Era la rutina anual de ilusión del fin de año que nada interrumpía. Años antes, gobernantes pensantes habían prohibido la pólvora en Costa Rica y sólo las compañías dedicadas a los juegos de pólvora tenían acceso a tan delicado material.

Hubo un momento que en Costa Rica,  el inicio de la Navidad era todo felicidad. Desde los primeros días de diciembre, los niños llevaban la cuenta regresiva. Día a día, preguntaban -¿qué día es hoy?- y ansiaban que los días pasaran mágicamente, calculando una y otra vez cuántos días faltaban para que el Niñito Dios o su aliado, Santa trajeran los regalos.

Era la rutina anual de ilusión del fin de año que nada interrumpía.  Años antes,  gobernantes pensantes habían prohibido la pólvora en Costa Rica y sólo las compañías dedicadas a los juegos de pólvora tenían acceso a tan delicado material.

El pueblo  podía disfrutar como espectador de toda la cromática y despampanante explosión de color que la pirotecnia depara. Niños y adultos, grandes y chicos, miraban los cielos asombrados pero sobre todo seguros y confiados, porque sólo los profesionales de las luces artificiales podían manejar tan bello espectáculo.

Un día esto cambió. Por unos dólares más y en el nombre de la libertad de comercio, las leyes se relajaron. De inmediato, la pólvora se convirtió en una mercancía más, que se vende por doquier  sujeta a una única restricción de iluso cumplimiento, “prohibida para menores”, que recuerda a la que aparece en los canales de televisión después de las 7 pm y que es un insulto a la razón.

La fuerza de esa restricción hoy está en evidencia: la pólvora volvió a la calle, la pólvora volvió a los niños y por eso hoy lidiamos con menores que enfrentan todo tipo de quemaduras, esas que “Fresno” nos recordaba que duelen para toda la vida.

En nombre de la libertad no podemos permitir esos abusos. En cualquier sociedad pensante, los niños se colocan antes y primero que el dinero, que los comerciantes y que los mercaderes. Como país, hay que cambiar lo que haya que cambiar para proteger a los niños. 

Esa realidad está ahí, en la  Unidad de Quemados, donde todos podemos ver los estragos que provoca la pólvora mal manejada, mal vendida, mal comerciada. Metrallas, bombetas y cachiflines pueden resultar sinónimo de amputaciones, quemaduras y deformidades.

Todo país tiene que ser consciente de las limitaciones de su sistema y es claro que en Costa Rica las leyes y censuras no son confiables ni podemos atenernos a ellas para que proteja a los infantes. No podemos manchar una festividad religiosa tan importante, ni  satinar de dolor la Navidad y las vidas de tantos niños.

Nuestros hijos son nuestros  ojos y debemos protegerlos sobre todo y ante todo.

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