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SUICIDIO EN OCCIDENTE

La nueva amenaza de los adolescentes

SUICIDIO EN OCCIDENTE

La comunicación puede ayudar

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Las conversaciones entre los diferentes miembros de la familia son cada vez más escasas, no hay tiempo para eso. Son los amigos y compañeros del estudio y del trabajo con los que se comentan las cosas simples e importantes de la vida. La vida en pareja sufre similares deterioros, apenas pueden compartir las noches, y muchas veces el sexo se extingue porque el cansancio y el estrés laboral se imponen. Por eso, no es de extrañar que el suicidio haya aumentado en nuestro país, siendo los principales afectados nuestros adolescentes.

Recientemente se publicó en la prensa nacional los alarmantes índices de suicidio que se dan en Costa Rica, y son muchas las solicitudes para que me refiera al tema. Hoy sabemos que el suicidio probablemente tenga una base genética, la cual, aunque no provoca que una persona se suicide, sí lo hace más propensa.

Sin embargo, los estudios son claros en mencionar que entre más desarrollado sea un país, más alta es la tasa de suicidios. Esta situación a primera vista suele resultar una paradoja, en el sentido que se pensaría que entre mejor este un país, mejor deben estar sus habitantes.

Sin embargo la realidad es otra. Lo que llamamos desarrollo, se limita a básicamente dos campos, el tecnológico y el económico; mientras que los aspectos que hacen dulce la vida suelen deteriorarse con ese tal desarrollo.

En las sociedades desarrolladas el nivel de delincuencia es amenazante, el deambular por las calles resulta peligroso, los robos sangrientos son frecuentes, y las casas se rodean de rejas, alarmas, alambrados, como auténticas cárceles.

Las familias suelen si acaso compartir una comida al día, se desayuna fuera, se almuerza fuera, y a veces, solo a veces se logra compartir la cena. Las madres lidian con su trabajo profesional y simultáneamente con la maternidad, sin contar con el tiempo necesario para poder ejercer a cabalidad y plenitud el rol de madre.

Los niños son criados por las empleadas o permanecen largas horas en centros académicos. Los juegos al aire libre son raros y son sustituidos por la televisión, los juegos de video e Internet.

Las deliciosas comidas típicas del hogar son sustituidas por comidas rápidas, ya sea compradas o hechas en casa a la ligera, porque no hay tiempo, nuestros niños son nutridos a punta de grasas que vende la transnacional de la esquina, conviertiendolos en niños obesos, cansados y perezosos.

Las conversaciones entre los diferentes miembros de la familia son cada vez más escasas, no hay tiempo para eso. Son los amigos y compañeros del estudio y del trabajo con los que se comentan las cosas simples e importantes de la vida. La vida en pareja sufre similares deterioros, marido y mujer apenas pueden compartir las noches, y muchas veces el sexo se extingue porque el cansancio y el stress laboral se imponen.Por eso, los humanistas no vemos con tan buenos ojos lo que hoy se llama desarrollo.

La cultura de una buena vida, de la mazamorra y el chiverre, de las mejengas y las pozas, de subirse a los árboles y hartarse de jocotes, de arreglar el mundo durante las comidas, de no darle importancia a la ropa y a las modas, de ser servicial y humilde, se fueron extinguiendo en la sociedad de occidente.

Cambiamos nuestra felicidad por el desarrollo, cambiamos la buena vida por un portón eléctrico, un DVD, o un viaje a Miami. Centramos nuestra felicidad en las cosas y no en los vínculos, y eso nos ha convertido en personas estresadas, irritables, violentas, materialistas, es decir, en personas globalizadas.

Por eso, no es de extrañar que el suicidio haya aumentado al doble en cuestión de una década. Eso ya lo sabíamos, porque eso le sucede a los países que hoy son nuestro modelo. Los países que hoy nos están enseñando que tenemos que hacer con nuestra sociedad han sufrido de lo mismo durante años.

En esos países, la vida en pareja es distante y paupérrima, los divorcios se cosechan a montones, las infidelidades son casi la norma, el sexo deja de ser una intimidad compartida y es sustituida por un "Table Dance", en el bar de la esquina.

Los conflictos maritales se resuelven con un profesional, por la buena con un terapeuta y por la brava con un abogado, el diálogo familiar esta casi ausente no porque no se desee ni se ansié, sino simplemente porque no hay tiempo. Hombres y mujeres dedican su vida por entero al trabajo y actividades extra familiares, y asi la vida suele ser agobiante, absorbente, y sumamente competitivo.

La sexualidad cae a su punto más bajo. Las parejas requieren de mil y una ayuda para mantener viva la llama del amor, usan revistas, películas, chats, se visitan sex shops para tratar de levantar un desempeño sexual que esta atenuado por una vida impersonal.
Se desea una pareja bonita, sexy, atractiva, ¡ah! y si me quiere mejor, pero no es necesario.

Los problemas se compensan, con estañones de licor y actividades escapistas, rehuyendo los sabios consejos de abuelos y familiares. Hoy los adolescentes son amamantados con licor, drogas y tabaco y desechan ese tesoro que es la juventud entre bares y conciertos, entre drogas y desaciertos.

A tal punto es la despersonalización que se sufre en esas sociedades, que rápidamente los individuos pierden el sentido de la vida. No encuentran nada que les llegue, se van haciendo auténticos desalmados que no tienen nada porque vivir y ante las diferentes adversidades económicas o emocionales que ya el licor y las drogas no logran camuflar, aflora la deplorable idea del suicidio.

Es función de cada uno de nosotros defendernos de esta cultura incipiente que ha cambiado la vida bella, sana e íntima por una vida llena de aparatos tecnológicos, apuros, deudas y comidas rápidas, que nos van quitando la identidad y el arraigo por la vida.

Por eso el mejor remedio contra el suicido es una buena vida, a lo costarricense.

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