¿Cómo manejamos las huellas en la salud mental?

Cuando amamos a alguien y la persona no está: las huellas de su presencia previa producen una sensación de nostalgia placentera si sabemos que va a regresar, o de melancolía reminiscente si conocemos de primera mano que no va a darse el retorno. Lo mismo ocurre en relación a la salud mental: si por alguna circunstancia el producto de ella, la felicidad, se nos escapa, su huella puede quedar como una opción a la espera de que regrese con la lección de sabiduría que dan las clases de la vida, o simplemente nos dejamos estar dentro de un círculo vicioso de autoflagelación emocional persistente. Esto ha creado dos partidos: el de los existencialistas extendidos (término propuesto por el suscrito) y el de los entrópicos (término prestado de la termodinámica).

Los entrópicos quedan encerrados en huellas traumáticas de un pasado caótico que a veces ha sido marcado por un trauma mayor, a veces por una serie de traumas menores, o en el peor de los casos, por interpretaciones traumáticas que la persona ha hecho de los sucesos de su vida. Estas son las tres causas en las que se explican las razones ideológicas de los entrópicos. Ideológicamente están condenados a un desorden que les da un cierto equilibrio bastante deplorable desde el punto de vista de la salud mental. Son los que suelen buscar terapia pero luego la rechazan, los que buscan cierto dominio espacial en su vida para tener rebusques que calmen su baja auto-estima, los que siempre racionalizan lanzando la culpa a otros por su situación, y en ciertas esferas, los que buscan poder para transmitir estas huellas, ya no solamente en sus hijos, sino también en sus subalternos. Muchas veces los identificamos por el gesto de amargura, otras por la mueca que simula sonrisa pero no es más que un reflejo defensivo en el intento de que otros no lean en su manifestación mímica los rastros de las huellas.

Los del existencialismo extendido son como niños. En la experiencia con infantes nos podemos dar cuenta cuán rápidamente una experiencia positiva relega a lugares sin retorno las que no lo son. Ya adultos, su libertad de las huellas negativa hace que si buscan terapia es para edificar mejor su vida (ya que todos tenemos nuestro “talón de Aquiles”), suelen ser críticos sociales coloquiales por lo que los rodean pueden encontrar en ellos cierta fuente de sabiduría para entender que la vida es tan relativa que por ello la existencia debería extenderse a la proyección sana. Son los que tienen mucha responsabilidad por su rol social (como padres, profesionales, obreros, etc.) pero a la vez como que llevaran en su mente una pequeña lucecita cognitiva que les está alumbrando el lugar de su ser donde se lee la pregunta más importante de la existencia humana: ¿Cuál es el propósito final de tu vida? Y a la vez se responden: ser feliz.

En este cuadro sí tenemos derecho a criticar a la civilización occidental, no como los fanáticos islámicos que formaron un grupo autodenominado Boko Haram, nombre que significa “la educación occidental es sacrilegio”, pero sí para discernir qué ideología dentro de esta occidentalización del mundo estamos receptando. Porque la sensación, cuando uno percibe cierta música, literatura, filosofía e ideología política, etc., en otras palabras, que es parte de la cultura llamada occidental actual, da para pensar si no es predominantemente entrópica. El reto es a ser revolucionarios en pro de la salud mental nuestra y de los seres amados que nos rodean: no fanáticamente pero sí viviendo en un existencialismo extendido, discerniendo lo que realmente nos dejará huellas de salud.